El colibrí es un animal singular: su anatomía le convierte en el único ser vivo capaz de elegir entre volar como el resto de las aves y hacerlo de forma estática, como flotando, del mismo modo que los insectos. Esto, claro está, dota a este pequeño pájaro americano con una notable versatilidad de movimientos.
Ya en 2011 la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de los EE.UU (DARPA), financió un proyecto para crear un colibrí robótico. El resultado fue una máquina más pesada que su referente animal, con menor maniobrabilidad y sin capacidad de vuelo autónomo (esto último, comprensible por la época).
Pero en la Facultad de Ingeniería Mecánica de la Universidad Purdue llevaban años investigando cómo reproducir los patrones de vuelo del colibrí para crear un pequeño robot volador capaz de explorar espacios angostos, para los que los drones corrientes no están preparados.
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El resultado, un robot bautizado como Flappy, ha sido construido (recurriendo a técnicas de impresión 3D) para imitar a los colibrís en casi todo: tamaño, peso (12 gramos, aunque han llegado a construir una versión reducida de 1 gr.), envergadura y hasta la frecuencia de batido de alas. Y, por supuesto, en el movimiento de las mismas (independiente, pues cada una cuenta con su propio motor).
Pero para esto último, dado lo complejo de su vuelo, no basta con programar un mecanismo sencillo: el robot necesita recurrir a la IA para «aprender» a volar, saber cómo manejaría un colibrí real diferentes circunstancias como las ráfagas de viento, o cómo girar repentinamente si se topa con una pared… cosa que sus creadores han hecho posible recurriendo al aprendizaje por refuerzo dentro de un entorno virtual.
Pero, por muy apasionante que pueda ser desarrollar un robot de estas características… ¿cuál es su objetivo? Como decíamos antes, sus facultades de vuelo (que le confieren una notable maniobrabilidad) lo convierten en idóneo para moverse por espacios reducidos, como podrían ser los de un edificio derrumbado tras un terremoto. También es capaz de transportar en vuelo elementos de hasta 27 gr (más del doble de su peso).
Es, por tanto, un candidato perfecto a robot de búsqueda y rescate. Pero… ¿acaso un dron lo bastante pequeño no podría realizar esa misma tarea? No, porque la aerodinámica convencional (esa misma que sortean los colibríes) establece un límite a miniaturización de éstos: llegaría un momento en el que el aire que desplazaran no sería suficiente para soportar su peso.
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Y después hay otra cuestión: los drones, por pequeños que sean, hacen ruido, mientras que el método de vuelo de los colibríes (y de Flappy) es silencioso, lo que abre las puertas a su uso como herramienta de vigilancia y/o infiltración.
Más ventajas de Flappy: cada leve roce de sus alas con algún elemento solido de su entorno genera una corriente eléctrica que el robot es capaz de detectar y localizar, permitiéndole crear un ‘mapa’ de los alrededores a pesar de carecer, por ahora, de sensores de visión.
Artículo publicado en xataka.com